viernes, 9 de marzo de 2012

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A veces haces algo sin querer. Algo que lleva atado un principio. Y así, sin querer, das pie a un inicio. Y todos los inicios empujan finales, y los finales vacíos, y los vacíos problemas, y los problemas crisis, y las crisis una grieta, y las grietas se vuelven, sin tampoco quererlo, principios.
  
Pues eso, que las ideas son así, vienen. Y no le puedes hacer nada. Como las respuestas a preguntas que  parecen imposibles. Vienen. Y te jodes. Ya no la puedes ignorar porque la tienes ahí, te guste o no, llegue a tiempo o años tarde. Aunque no la necesites. Viene la respuesta - viene la idea. Y ya está. ¿Qué haces ahora con eso? Porque todas las respuestas generan más preguntas, las preguntas más problemas, los problemas crisis, la crisis…pues lo de antes: principios.
Y entre una cosa y la otra acabas harto de empezar y reinventarte y corregirte y pensarte y analizarte y joderte y mirarte. -Esto lo hago mal. Siempre escojo mal. Siempre busco lo mismo. Tengo que cambiar, tengo que cambiar. Tengo que empezar a mirar mejor, o tengo que dejar de buscar a un padre, o tengo que dejar de buscar una hija o de serlo, y hacer ejercicio, o parar de buscar gente que se quiebra, o parar de quebrarme, y comprar menos y ahorrar más, o dejar de mirar a los bebés como queriendo uno, y comer bien, no ser vaga, producir, aprender, leer más, dejar de decir “no sé”, pensar con la cabeza, transgredir, ser paciente- y toda esa porquería que se supone que dan los años que no tengo.

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